La primera prueba fue una chuche que les chifla, de carne deshidratada: la saqué, la vieron, la dejé encima de un mueble, perfectamente a su alcance, y me marché sin dársela. Estuve rondando por la casa unos diez minutos y, cuando volví, ahí seguían, las chuches en el mueble, y los perros sentados tratando de hipnotizarlas.

Pues bien, ayer probé con lo más de lo más: ¡trocitos de solomillo! Yo me había comido un filete de solomillo, y les guardé un borde que se había quedado ya frío. Lo corté en trozos para dárselo, y ellos empezaron a rebullir entusiasmados. Cuando ya lo tenía cortado, me salí al jardín sin dárselo, y dejé el plato en la mesa (es una mesa baja, de centro, a la que llegan sin el menor problema). Cuando ya les había hecho sufrir un rato (


El siguiente paso será marcharme a la calle y dejarles el plato delante, a ver qué hacen
